Hay otros textos en la Biblia que hacen muy clara la responsabilidad de la madre de cuidar, criar y guiar a los hijos. No obstante, observamos que esta mujer designada por el Espíritu Santo como “virtuosa” claramente no se limitó a ser “ama de casa”.
También hay textos que nos advierten en contra de codiciar las riqueza y nos exhortan a estar contentos con lo que tenemos. No obstante, observamos que esta mujer “virtuosa” buscó ingresos más allá de lo esencial para el alimento y el vestido humilde.
En realidad esta mujer presenta un equilibrio que raras veces encontramos en mujeres u hombres. Es diligente en su propia vida espiritual, en los quehaceres de la casa, en la crianza de los hijos, en el apoyo al marido, en el comercio, en la benevolencia a los pobres, en la enseñanza y en el consejo que ofrece. En base a su ejemplo aprendemos que: (1) obviamente no hay maldad en tener ropa fina para sí y su familia; (2) obviamente no hay maldad en comerciar más allá de lo esencial para su familia; (3) obviamente es posible amar y cuidar bien a su propia familia y también extenderse al mundo del comercio guardando siempre las prioridades debidas para honrar a Dios, al marido y a los hijos. Sus hijos no resienten sino que aprecian todas estas actividades de ella. Su marido no se queja de su falta de “sujeción” o “atención al hogar” sino que le alaba. Creo que la clave está en el equilibrio de su vida, en mantener las prioridades debidas y en ser muy pero muy diligente.
Esto no significa que una mujer (u hombre) puede justificar en base a este ejemplo el dedicarse tanto al trabajo material que descuida a los deberes familiares o espirituales. Pero sí significa que no podemos establecer una ley que prohíba o condene a cualquier cristiana que participe en el mundo del trabajo secular, aún cuando tenga lo esencial ya para subsistir en base al salario o ganancias del marido.